Ampliación del campo de batalla

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El 21 de junio, a las siete de la mañana, me levanto, desayuno y voy en bicicleta al parque nacional de Mazas. Se ve que la comida del día anterior me ha dado nuevas fuerzas avanzo con soltura, sin esfuerzo, entre los pinos.

Hace un día maravilloso, suave, primaveral. El bosque de Mazas es muy bonito, y se desprende de una profunda serenidad. Es un verdadero bosque silvestre. Hay senderos escarpados, claros, un sol que se insinúa por todas partes. Las praderas están cubiertas de junquillos. Se está bien, se puede ser feliz, no hay hombres. Aquí parece que algo es posible. Parece que uno está en un punto de partida.

Y de pronto todo desaparece. Una gran bofetada mental me devuelve a lo más hondo de mí mismo. Me examino, ironizo, pero al mismo tiempo me respeto. ¡Que capaz me siento hasta el final de impresionantes imágenes mentales ¡Que clara es todavía la imagen que me hago del mundo! La riqueza de lo que va a morir en mi es prodigiosa; no tengo que avergonzarme de mi mismo, lo habré intentado.

Me tumbo en una pradera, al sol. Y ahora siento dolor, tendido en esta pradera, tan dulce, en mitad de un paisaje amable, tan sereno. Todo lo que podría haber sido fuente de participación, de placer, de inocente armonía sensorial, se ha convertido en fuente de dolor y sufrimiento. A la vez siento, con una violencia increíble, la posibilidad de alegría. Desde hace años camino junto a un fantasma que se me parece y que vive en un paraíso teórico, en estrecha relación con el mundo. Durante mucho tiempo he creído que tenía que reunirme con él. Ya no.

Me interno un poco más en el bosque. Detrás de esta colina, según el mapa, están las fuentes del Ardeche. Ya no me interesa; aun así, sigo. Y ya ni siquiera sé dónde están las fuentes; ahora todo se parece. El paisaje es cada vez más dulce, más amable, más alegre; me duele la piel. Estoy en el ojo del huracán. Siento la piel como una frontera, y el mundo exterior como un aplastamiento. La sensación de separación es total; desde ahora estoy prisionero en mí mismo. No habrá fusión sublime; he fallado el blanco de la vida. Son las dos de la tarde.

Michel Houellebecq


 

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